Por: Redacción.
En el campo, lugar que siempre amó, murió Maritza Isabel Quiroz. Pero su deceso no se dio de manera natural, sino por el actuar de algunos criminales que cegaron su vida.
De dos impactos de bala, tal como viene sucediendo con muchos líderes sociales en el país, murió Isabel. Esta vez fueron dos hombres los que arrebataron su vida cuando ingresaron agresivamente a su vivienda.
Esta lideresa, que era oriunda de Valledupar, era desplazada por la violencia, pero junto a su esposo muy joven se fue a vivir al Bajo Camagual, una vereda del corregimiento de San Pedro Sierra, jurisdicción de Ciénaga.
Durante mucho tiempo ella y su cinco hijos vivían en una finca próspera de la cual se alimentaban gracias a los cultivos diarios que florecían. Sin embargo, familiares cercanos a Maritza se vieron debastados cuando recibieron la fatal noticia de que algunos antisociales habían acabado con la vida del esposo.
En ese mismo momento tuvo que salir de allí y emprender rumbo hacia Santa Marta, ciudad en donde les tocó vivir de lo poco que algunas personas le podían brindar. Sin embargo, nunca escatimó esfuerzos y no dejó a un lado las ganas de salir adelante y mucho menos de brindarles un futuro esperanzador a sus hijos.
Por eso, luego de muchos años de trabajo, logró, con sacrificio y amor, que todos sus hijos salieran adelante y hoy se hicieran profesionales, de tal manera que hoy dos son enfermeras y los varones, ingenieros.
Y transcurría el 2016, Maritza decidió marcharse hacia la vereda San Isidro de la Sierra, en Bonda. Allí vivía en una finca asignada por el Gobierno para ella y otras mujeres, con tan buena suerte que le correspondió la parte donde los cultivos eran cercanos.
Y sería allí donde tomaría la vocería de la comunidad. Era una voz sumamente importante y siempre hizo saber los problemas que se presentaban en donde vivía hasta convertirse en suplente de la Mesa de víctimas de Santa Marta y líder de las mujeres víctimas de desplazamiento afro en la zona rural.
Sin embargo, esa actividad le había costado amenazas por parte de grupos al margen de la ley, por lo cual el año pasado la Corte Constitucional había solicitado protección para su vida.
A pesar de ello, despertaba a las 4 de la mañana prendía el radio y de inmediato iniciaba los quehaceres. Era amante a estudiar y cuando bajaba a Santa Marta, descargaba contenidos educativos que veía o leía en el computador que sus hijos le regalaron. En su finca tenía maíz, malanga, jengibre, yuca, maracuyá, papaya, limón, mandarina y aguacate, pues era amante de la naturaleza y su lugar de vivencias, y no era muy amante de la ciudad y sus afanes, pues creía que sus proyectos tenían mayor impacto en su comunidad que el área urbana.
Pero hoy, infortunadamente, para Santa Marta y el país, Maritza no está: se fue una guerra que lo entregó todo por su familia y su comunidad. Una lideresa incansable de la cual podrán seguir germinando personas con las mismas ideas que ella misma sembró.