El chef colombiano Sebastián Vargas nació en el corazón del mundo y, aunque su vida en el exterior comenzó a los diez años, al hablar de Santa Marta, se conmueve.

“El corazón es la base de todo. La vida me ha llevado a muchos lugares, pero cuando se habla del corazón, de Santa Marta, y de su majestuosidad, vuelvo a la raíz”, afirma con emoción.

A sus treinta años, Sebastián suma ya tres estrellas Michelin. Su enfoque innovador, reconocido en escenarios internacionales, fue moldeado por una vida entre culturas y sabores, con paradas esenciales en India, Suecia, Francia y Estados Unidos.

Aunque reside en Miami desde hace cinco años, sus platos cuentan también el retorno: narran con ingredientes y técnica una memoria tejida entre la Sierra y el mar. En cada creación culinaria, su espíritu Caribe dialoga con la contemporaneidad y se arraiga en lo profundo, en lo ancestral.

En una conversación con el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, el chef compartió cómo la ciudad más antigua de Colombia sigue marcando el ritmo de su vida y de su cocina.

“Nací en Santa Marta y viví allí hasta los 10 años. Luego, mi vida tomó otro rumbo: el segundo esposo de mi mamá era diplomático, así que cada cuatro años nos mudábamos. Terminé el colegio en Nueva Delhi, India, donde tuve la gran señal de que la cocina sería mi amor para toda la vida. Allí empecé a cocinar profesionalmente y luego estudié en The Culinary Institute of America, en Nueva York, donde entendí lo técnica, intensa y hermosa que puede ser esta industria. Pero Santa Marta nunca dejó de estar en mi imaginario”.

“Me eriza pensar en Santa Marta. Entre más vivo lejos, más valoro esa joya que fue para mí. El corazón es todo. Santa Marta me recuerda que lo más importante es la sencillez. Allí aprendí a crecer con la sabiduría de la naturaleza y de los pueblos indígenas. Esa sensibilidad te da una riqueza profunda, real. Santa Marta me enseñó que todo lo que uno hace debe partir del corazón y de lo que perdura”.

“El respeto por nuestra historia. Santa Marta es la ciudad más antigua del país, y el mayor regalo que podemos darle es civismo, conciencia y buen manejo de los recursos. Me gustaría devolverle la profundidad, la grandeza y la majestuosidad que ella me ha brindado a mí”.

“Salir descalzo, sabiendo a sal. Una terraza y una mecedora pueden dar pie a las conversaciones más increíbles. Hablar con quien vende mangos y descubrir historias que inspiran. Nadar en Playa Salguero al amanecer, como en mi infancia. Extraño nuestras comidas, el bullicio, saludar por la calle, conectar de mil formas”.

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