Por: Redacción
Dentro de la cadena productiva de las artesanías, que involucran el diseño y la creación de productos como mochilas, las tejedoras se encuentran en último eslabón, pues la mayoría de las ganancias terminan siendo repartidas entre los comercializadores nacionales y exportadores, y aquellos regionales y locales.
Por otro lado, los diseñadores aprovechan su acceso a información sobre el mercado para mandar a producir sus diseños utilizando el trabajo de las tejedoras como manufactura y no como comunidades capaces de producir de manera autónoma.
“El trabajo de codiseño les permitiría a los diseñadores beneficiarse de esos intercambios culturales, logrando nuevos e innovadores métodos con tecnología adaptada y apropiada tanto para la comunidad como para el sector en que se desarrollará”.
Así lo describe José Joaquín Montes Cruz, magíster en Estudios Sociales, quien en su investigación realiza una exploración etnográfica de dos talleres de codiseño entre tejedoras-diseñadoras wayúu. Además señala que en el país el diseño industrial ha tenido dificultades en consolidarse como profesión dentro de las empresas, por lo que las artesanías han sido un espacio de inspiración pero también de trabajo y desarrollo para muchos diseñadores, siendo uno de los lugares en Latinoamérica con mayor articulación entre ambos oficios.
Según el censo de 2018 del Dane, los 380.460 wayúu representan el 20 %, de la población indígena, que a su vez asciende a 1,9 millones de personas.
Por otro lado, las comunidades dedicadas al tejido de artesanías manejan distintas formas de elaboración, por lo que los diseños y materiales de algunos elementos como las mochilas no se pueden reducir a una sola descripción. Sin embargo, son los compradores quienes subjetivamente juzgan la originalidad o no de algunos productos, obligando a las tejedoras a limitarse en su proceso de creación a lo que los citadinos reconozcan como wayúu.
Esta situación se agrava por el alto número de intermediarios de una cadena productiva, que a su vez deja las menores ganancias a quienes invierten días y semanas en su fabricación.
“Los comercializadores se ubican en diferentes ciudades de Colombia y quienes obtienen las mejores ganancias en volumen y precio son los exportadores; después están los comercializadores más pequeños, encargados de transportar la mercancía a las ciudades, y por último los compradores locales de artesanías”, describe el investigador.
Agrega que por un trabajo que les tomó dos semanas o más, las tejedoras pueden recibir solo 25.000 pesos, mientras que la misma mochila se puede vender en Bogotá hasta en 300.000 pesos, y en Europa en 150 euros (alrededor de 640.000 pesos).
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