Por: Redacción.

En 1877, Charles Bradlaugh y Annie Besant fueron acusados de obscenidad por publicar un libro que trataba sobre la anticoncepción. El libro hablaba de anatomía y el placer sexual, pero lo crucial era el tema del derecho a elegir cuántos hijos querías tener.

Frutos de la filosofía, un tratado sobre la cuestión de la población no parece el título de un libro «calculado para destruir o corromper la moral de la gente» y «para producir un efecto pernicioso al depravar y corromper las mentes de las personas a quienes llega».

No obstante, el 18 de junio de 1877, Charles Bradlaugh y Annie Besant, dos prominentes librepensadores, estaban en el banquillo de los acusados en la Alta Corte de Justicia en Londres por el delito de publicar las 47 páginas de ese «obsceno» libro.

El tratado ya le había causado problemas con la justicia a su autor, el doctor estadounidense Charles Knowlton (1800-1850), quien lo había publicado en 1932 con el título Frutos de la filosofía o el compañero privado de los jóvenes casados.

Charles Knowlton fue multado en Taunton, Massachusetts, y luego encarcelado durante tres meses en Cambridge, Mass. Otra acusación en Greenfield, Mass., resultó en su absolución.

Lo había escrito en un momento en el que la teoría maltusiana —la idea de que la población superaría el suministro de alimentos— se estaba haciendo popular en Inglaterra y Estados Unidos, y ya había tratados postulando la radical idea de que el sexo no tenía que estar siempre ligado a la reproducción.

El clásico Every Woman‘s Book (1826), traducido como «Amor en serio», el reformador inglés Richard Carlile, había propuesto seis años antes que el sexo era un derecho de los adultos y no de los casados, que las mujeres tenían las mismas necesidades que los hombres y que la satisfacción sexual no sólo era fuente de felicidad sino también de salud.

Había sido el primer manual sobre sexo progresista que además incluía métodos anticonceptivos.

Pero aunque fue duramente criticado, Carlile no fue encarcelado por su obra: el privilegio de ser el primero en ir a prisión por tocar esos temas fue de Knowlton.

En la versión original, el autor había incluido, bajo el título, un antiguo dicho: «El conocimiento es riqueza». Ese no aparece en la versión inglesa, que también cambió la segunda parte del título por «Un tratado sobre la cuestión de la población».

Con todo eso, el episodio más dramático de la historia del «indecente» escrito de Knowlton ocurrió al otro lado del Atlántico, cuando fue la prueba del delito en el caso La Reina v. Charles Bradlaugh y Annie Besant, el cual, irónicamente, disparó las ventas del libro de menos de 1.000 al año a más de 250.000 al año.

¿Qué decía como para que lo consideraran tan profundamente ofensivo?

Violando la ley

El libro, que dada su brevedad también se describe como panfleto, presentaba una visión sobre los aspectos médicos, sociales y económicos del control de la natalidad.

Mezclaba consejos con biología, explicando, por ejemplo, cómo era la anatomía reproductiva —partes como las trompas de Falopio— algo que el común de la gente quizás no había oído nombrar.

Aún no suena como algo capaz de violar las convenciones sociales del buen gusto, pero desde 1857 la empresa editorial se había convertido en un asunto peligroso por la creación de la ley de publicaciones obscenas.

Su intención original había sido censurar la pornografía, pero la manera en la que fue redactada la dejó abierta a interpretaciones personales, y pronto se usó para vetar publicaciones de todo tipo, si parecían contener lenguaje o imaginería sexual.

En efecto, se convirtió en una red que atrapó publicaciones médicas, novelas románticas y panfletos educacionales como «Frutos de filosofía».

Orgasmos y pasiones indecorosas

El manual no sólo hablaba de las partes íntimas, sino que además incluía información que para sus críticos era indudablemente inmoral, como una guía sobre la importancia del orgasmo para la salud mental y física.

«Concepción. La parte realizada por el macho en la reproducción de la especie consiste en excitar el organismo de la hembra y depositar el semen en la vagina(…)

«No se debe inferir que el instinto reproductivo cesa (…) cuando la mujer deja de menstruar. Por el contrario, se dice que esta pasión a menudo aumenta en este período y continúa en mayor o menor grado hasta una edad extrema».

Para una sección de la élite dominante, pasajes como los anteriores y los que siguen eran absolutamente inaceptables pues tenían el poder de corromper a la gente.

«En muchos casos, el himen es muy imperfecto, por lo que algunos han dudado de que se encuentre en la generalidad de las vírgenes. Donde existe, generalmente se rompe en la primera relación sexual, y se dice que la hembra pierde su virginidad (…)

«Si esa pasión, una vez que despierta, no puede saciarse de una u otra manera, domina gran parte de nuestros pensamientos, y con muchas constituciones, los individuos, ya sean hombres o mujeres, no podrán comportarse con el debido decoro».

Sexo y choque de poderes: todo estaba servido para el juicio más sensacional de la época.

La corte en sesión

A las 10:30 a.m. el Presidente del Tribunal Supremo tomó asiento en la corte donde lo esperaban el Procurador General, Sir Hardinge Giffard, —representando al gobierno y sus valores conservadores— y Bradlaugh y Besant, quienes asumieron su propia defensa.

El juicio en la Alta Corte de Justicia enfrentó a las élites conservadoras contra las élites progresistas.

«Yo digo que esto es un libro sucio y asqueroso», declaró Sir Hardinge.

«La prueba de ello es que ningún ser humano lo dejaría sobre su mesa; ningún marido inglés decentemente educado permitiría que su esposa lo tuviera (…)

«Su objeto es permitir que las personas tengan relaciones sexuales, y no que tengan eso que en el orden de la Providencia es el resultado natural de las relaciones sexuales».

El juicio captó la atención pública y causó furor.

Toda la prensa le dedicó columnas y más columnas de cobertura, en su mayoría, apoyando al gobierno. El público, no obstante, respondió a favor de los acusados y lo demostró saliendo en masa a comprar el libro.

En un momento, en el centro de Londres, se vendieron 500 copias en sólo 30 minutos.

¿Mero sensacionalismo?

Para esa época, la mayoría de la población no sólo sabía leer, sino que «tenía sed de conocimiento», le dijo a la BBC Matthew Sweet, experto en cultura victoriana.

«Era una sociedad argumentativa, interesada en ideas, en discutirlas, y en encontrar nuevas maneras de vivir en un tipo de sociedad que nunca antes había existido».

Ese nuevo mundo fue el resultado de la industrialización. La urbanización seguía expandiéndose a un ritmo sin precedentes, creando una enorme explosión de población tan rápida que se temía que no fuera sostenible.

Tener la posibilidad de decidir cuántos y cuándo tener hijos era, para los neomaltusianos, la solución a muchos problemas sociales agudos.

Como reformadora social, Annie Besant quería educar a la gente no sólo para que tuviera una vida sexual saludable, sino también para que ejerciera el derecho de decidir sobre la concepción.

Ese era el verdadero trasfondo de todo el asunto.

Como los mismos Besant y Bradlaugh escribieron, lo que realmente se estaba condenando no era el libro sino una idea.

Malthus había sugerido que para poder controlar el crecimiento de la población, la gente debería casarse más tarde. Asumiendo que las relaciones sexuales no existían antes del matrimonio, calculaba que así tendrían menos años para reproducirse y por ende tendrían menos hijos.

Los neomaltusianos decían que no había que esperar para casarse, pues si se se le daba a la gente la información necesaria sobre la anticoncepción, podría decidir cuántos hijos tener y cuándo, así se casaran jóvenes.

«Es la defensa de los controles prudenciales después del matrimonio lo que ahora se dice que es un delito punible», aclararon Besant y Bradlaugh.

Darwin a favor y en contra

Pero, por supuesto, esas no eran las únicas opiniones sobre la anticoncepción.

Es por eso que en el juicio se vio involucrado involuntariamente un gran héroe de la época: el gigante científico Charles Darwin.

Besant y Bradlaugh le habían escrito para invitarlo como testigo, pero él contestó que no podía pues estaba muy enfermo y que, incluso si hubiera podido, no les ayudaría pues no estaría de su lado.

Para Charles Darwin, los métodos anticonceptivos interfería con el proceso de selección natural.

«Darwin pensaba que la anticoncepción era mala pues interfería con los procesos que él había identificado en ‘El origen de las especies‘: el proceso de la selección natural», explica Sweet.

«Lo que realmente le preocupaba era que ‘las personas equivocadas‘ tuvieran muchos hijos».

Democratización del conocimiento

Besant en todo caso citó a Darwin cuando se defendió.

Lo que ella y Bradlaugh realmente querían era propiciar el debate y difundir información, y en ese sentido, el proceso judicial era una oportunidad ideal.

Aunque en la corte, la ley estaba en contra de los dos librepensadores y fueron sentenciados a 6 meses de cárcel y una multa de £500 libras cada uno, para ellos fue una victoria.

«Los relatos del juicio que han aparecido en los diarios y semanales han traído al conocimiento de miles una gran cuestión social de cuya existencia no tenían idea antes», escribieron Bradlaugh y Besant.

«Una vez más ha triunfado una causa gracias a la caída de sus defensores. Una vez más, una nueva verdad fue difundida por sus opositores, y obtuvo una audiencia desde el banquillo de los acusados que nunca podría haber logrado desde una plataforma.

TOMADO DE: revistaarcadia.com

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